Fiesta de pijamas

Mi mujer me comentó que iba a montar una fiesta de pijamas el próximo fin de semana. Con sus amigas de la infancia, del colegio, y como hacían entonces dormirían juntas y se explicarían historias. La reunión de féminas se celebraría en nuestra casa. Se me prohibía inmiscuirme totalmente en sus asuntos. Bajo ningún concepto podía participar en la fiesta. Era una reunión de chicas y hacía mucho tiempo que no se veían, así que debía ser comprensivo. Pero a mi se me ocurría algo mejor. Sentía mucha curiosidad y evidentemente no pensaba tomarme muy en serio las palabras de Sandra.

Llegó el día y allí estaban ellas. Cinco mujeres, cómplices y muy felices de reencontrarse. Abrazándose, riendo y besándose cariñosamente. Sus ojos se buscaban para invocar recuerdos y sus manos se tocaban comprobando que no era un sueño. Estaban allí todas. Y tenían la intención de pasarlo como nunca.

Me despedí cortésmente. Y las besé una a una como un galante caballero. “Cuídense señoras, y que pasen una satisfactoria velada”. Salí a la calle. La versión oficial es que dormiría en casa de mi hermano. Pero no fue así. Cuando volví a casa, después de tomarme unas copas y hacer algo de tiempo, lo que allí ocurría evidenció que tomé la decisión más sabia.

Entré con sumo cuidado. En pleno sigilo. Como un felino agazapado. En el salón, las luces eran tenues, iluminaban unas velas, y en el suelo, una gran cama redonda. Ellas estaban allí. Y disfrutaban como locas. Cinco mujeres desnudas, completando un círculo entre ellas. Cada una lamía el coño de otra y a su vez era lamida. Un cuadro lésbico excitante y majestuoso. El sonido de cómo chupaban, de sus jugos y la armonía de timbres en sus gemidos eran música celestial para mis oídos.

Como un voyeur en su propia casa, seguí escondido. Mirando como follaban, grabando con mi cámara espía y masturbándome al mismo tiempo. Sin prisa. Deleitándome en cada escena, en cada encuadre, en cada una de las cinco amigas y en la gloriosa visión de sus cuerpos. Culos para sodomitas y coños rasurados. Pechos grandes, enormes y pequeños. Para todos los gustos y tamaños. Todas se movían y buscaban contacto. Con cariño y violencia. Se frotaban, jadeaban y penetraban sin descanso. Ninguna entrada quedaba cerrada, almeja y ano, y se abrían de par en par boqueando.

A mí me costaba mucho trabajo mantenerme alejado. La polla me reventaba y delante de mí ¡diez tetas para agarrarme y diez agujeros para meterla! las mujeres, a solas, tienen mucha tela y acabé derramando mi leche mientras ellas se follaban con vibradores vaginales y aneros. No fue hasta mucho más tarde que acabaron dormidas, entrelazadas y saciadas de sexo.

Al día siguiente, volví a encontrarme con ellas y mi mente aún no se había recuperado. Cuando las miraba a la cara, veía sus coños, y cuando me hablaban, solo podía pensar en meter mi polla en sus bocas. Me había comportado como un mirón pero tenía mi recompensa. Y cuando se marcharon, a cada una de las protagonistas les hice un regalo. Una copia del video que había grabado.

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