Paula es un joven deliciosa y sensible de 30 años. Ella vive en una pequeña casa al lado el campo y trabaja como maestra del pueblo. Para sacarse un sobresueldo hace pasteles que luego vende a los vecinos del pueblo.
Una tarde, después trabajar en la escuela, se puso a hacer pasteles. Paula sentía una sensación extraña dentro de ella, mientras amasaba masa para hacer más pasteles para el día siguiente, por la mañana temprano antes irse caminando la escuela.
Sus ojos comenzaron a brillar y sus mejillas ardían cuando empezó fantasear con un desconocido que entraba en el la cocina de su casa mientras ella estaba trabajado. Era un hombre guapo y fuerte, de mirada penetrante, todo en él rezumaba seguridad en sí miso, pero su energía era tranquila y amable. Era alto y musculoso, como un trabajador de los altos hornos del valle cercano. Tenía un pene grande y abultado, que se marcaba a simple vista en sus pantalones de trabajo, y estaba tan tieso que casi sobresalía por el borde del pantalón. Paula lo imaginó desnudo en frente de ella, mientras se acercaba sensualmente a él para besarlo apasionadamente.
Paula no pudo resistir más, y comenzó masajear sus pechos con las manos llenas de la masa suave y deliciosa que había estado amasando. En seguida su excitación subió como un souflé ardiente, y empezó a masajear su pubis mientras empezaba a respirar más fuerte.
Se sentó sobre una silla y comenzó a masturbarse con las manos, las manos trabajaban su clítoris y sus labios como si fuera masa de pasteles. El placer era tan intenso como nunca, era como comerse un delicioso pastel de crema que explotaba en su boca y la llenaba de cálida leche.
La dulce Paula se corrió y gritó al techo de su cocina mientras amasaba su coño con la dedicación y el entusiasmo del mejor de los pasteleros.
Después del éxtasis, y una vez más calmada Paula se dio cuenta lo bien que se sentía, y sonrió para sí misma al darse cuenta de cómo estaba llena de masa de pasteles. ¡Qué pena que no hubiera nadie para lamer toda esa delicia!