Trio en Família

Cuando llegué a casa aquél viernes por la tarde, mi mujer y mi cuñada estaban esperándome. Yo estaba cansado. Pero ellas tenían ganas. Así que de pie, frente a ellas, me bajé la bragueta y saqué la polla.

La hermanita de mi mujer, a sus veinticinco años era toda una dama,
y le gustaba venir a casa a jugar con la familia. Ellas siempre se habían
follado y no pensaban dejar de hacerlo. Desde pequeñas descubrieron
juntas la flor de su sexo y desde entonces cultivan los mejores rosales.

Las muy golfas debían haber pasado la tarde metiéndose todo tipo de vibradores, bolas anales y aneros y tenian ganas de una buena polla.

Se acercaron de inmediato, y arrodillándose ante mí
se miraron. Mi mujer asintió con una inclinación de cabeza y mi
cuñada, sin utilizar las manos engulló mi polla aún flácida.

– “¿Te gusta eh?” – esas fueron las primeras
palabras que oí a mi mujer.
– “No abras la boca”- continuó – “vamos perra”
-,
– “No la sueltes hasta que esté totalmente dura y te llegue a la
garganta”- .

Mientras la animaba a que me la comiera entera, una de sus
manos la agarraba de la nuca y tiraba de su cabeza hacia delante, sin dejarla
retroceder ni un solo milímetro, hasta el final de mi estaca. La otra,
agarraba mi culo con fuerza, y hacía lo propio.

Mi polla en su boca crecía salvajemente y ella se atragantaba.
Cuando el capullo erguido llamó a las puertas de su tráquea, tosió
varias veces expulsando algún lingotazo de saliva-esperma entre sonidos
guturales, antes de poder respirar sin dificultad y decir con voz clara:

– “Esta enorme polla que va a follarme, ya está
preparada”.

Mi mujer, entonces, se la quitó de las manos y empezó
a golpearle la cara con ella. Al mismo tiempo, a mí me susurraba al oído:

– “Quiero que le revientes el culo mientras nosotras
nos comemos el coño. Luego te corres en mi boca. Lo digo en serio, quiero
que se lo rompas de verdad. Que le duela. No te preocupes. Ella también
lo quiere. Hoy ha venido a por eso y debemos complacerla”- .

Así lo hice. Tal como la tuve a cuatro patas, con las
cachas bien abiertas, el ojete cerrado pero esperando, y con mi mujer debajo
lamiéndole el coño en incestuoso sesenta y nueve, se la clavé
de un solo golpe hasta el fondo. Su grito fue desgarrador, y la dilatación
forzada de su esfínter dejo paso libre a mi polla que impasible buscó
las profundidades de una cueva exquisitamente estrecha y recién abierta.

Mi mujer disfrutaba de un plato y un plano único.

Al escuchar sus gritos y ver como mis huevos golpeaban sin
compasión justo encima de la almeja que ella comía con sobrada
experiencia, se excitó salvajemente y llegó al orgasmo antes que
nadie, corriéndose entre espasmos en la boca de su propia hermana. Yo
seguía follándole el culo. A conciencia. Con dureza. Ella gemía,
se retorcía, mantenía erguido a duras penas su trasero y con ahogados
gritos extremos, no se cansaba de repetir:

– “No pares. No pares. Más fuerte. No pares. No
pares. No pares. ”- .

Justo antes de que los huevos me reventaran, la saqué
de su ano. La metí sin la menor dilación en la boca de mi mujer,
que tragó abriendo al máximo la garganta y me la follé
igual de duro hasta que no pude más y la llené completamente de
esperma. Mi leche rezumaba en sus labios y mi cuñada, con el ojete roto,
bien abierto y gustosamente dolorido, se giró para besarla y compartir
con ella el triunfo de nuestro más que generoso amor.

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