Mi mujer es una golfa. Una tía buenorra que calienta hombres y mujeres a su paso. Le encanta ponernos a todos a bien cachondos. Y follar en grupo como perra poseída por una jauría interminable de pollas salvajes y coños hambrientos. Al principio, cuando la veía joder con otros hombres me ponía enfermo. Ahora me gusta ver como se la clavan, en todos los agujeros, y la revientan sodomizándola sin ningún tipo de miramientos. Cuanto más mejor. Cuántos más rabos entran al mismo tiempo mejor. Con las mujeres era diferente. Siempre fue más fácil aceptarlo. Y no me importaba compartirla. Tener a tu alcance una fuente inagotable de ricos chochetes ¿a quién no convence? ¿Eh?
Aquella noche pintaba sexo. Duro y sucio. Teníamos invitados a cenar y nos esperaba una buena orgía. -Cariño, tengo la raja ardiendo y la vulva hinchada. ¿Crees que serán suficientes?-. -Somos tres parejas y un amigo extra. Tenemos lo que hay que tener para acabar contigo. Pero tranquila, si te quedas con ganas, saco la artillería y me pongo serio-. -Que bueno eres conmigo, voy a prepararme- y antes de irse, pegando saltitos de alegría, me besó con cariño en los labios.
Los primeros en llegar fueron Lucía y Carlos. Un poco más tarde Oscar. Y por último Ana y Jorge. Todos estábamos muy animados. Charlábamos y bebíamos explicándonos que habíamos hecho estas recientes vacaciones y Claudia, como no, era el centro de atención.
Llevaba puesto el vestido rojo que le regalé para esta ocasión. Era de seda, casi transparente y sus pechos se mostraban sin vergüenza. Un tanguita reducido a la mínima expresión se le incrustaba entre los labios de la vagina y su enorme y goloso culo explotaba de forma provocadora. Y sus bolas chinas bien metiditas en el coño desde antes de salir de casa. Ellos no aguantaban más y las conversaciones iban subiendo de tono. Cuando expliqué que ese verano, habíamos practicado sexo en grupo con unos jóvenes alemanes que se alojaban en el mismo hotel. Nadie quiso perderse ningún detalle. Mientras tanto coloqué a Claudia sobre mis rodillas, como si fuera a darle unos azotes, le rompí con malicia el tanga y empecé a meterle un vibrador con mando por detrás. Ella se retorcía de placer y yo miraba a la audiencia con una franca sonrisa. -¿Nadie va a follarla?- pregunté animando a que lo hicieran.
Ya no había marcha atrás. La fiesta carnal estaba montada. En menos de cinco minutos, la golfa de mi mujer, ya tenía otra vez, una polla en la boca, otra en el coño y otra en el ojete del culo. La única que faltaba, que era la mía, me la estaban cuidando, y de que manera, las otras dos gatitas