Me senté completamente desnudo en la silla y ella empezó a chupármela. La agarraba con sus manos como si me estuviera ordeñando el cipote y se la comía a lametones mientras yo le azotaba el trasero. Los golpes sonaban con autoridad. A ella le gustaba. Y seguía mamándomela desde arriba. Sin doblar las rodillas, haciendo el juego de flexión desde su cintura. Arriba y abajo. Arriba y abajo. Arriba y abajo. Sus tetas se balanceaban colgando como campanas y acompañaban con su repicar, aquellos movimientos libres de caída controlada.
Después de ponerme la polla dura, y lubricarse la raja con sus dedos y
propia saliva, se sentó a horcajadas encima mío, con las plantas de los
pies bien apoyadas en el suelo, dejándose caer lentamente con el coño
bien abierto, y empalándose ella misma en su gloriosa y prometedora
vagina. Aproveché el impás para meterle por el culo unas bolas de masaje anal tántrico y darle unos buenos azotes más. Mi polla era un palo tieso. Y ella dibujaba círculos con su
cintura, moviendo con técnica de danza su hermoso culo, atrapando entre
sus carnes el pincel con el que dibujaríamos una nueva obra maestra.
Ambos disfrutábamos entre besos y pequeños mordiscos, hechizados por la
caligrafía sinuosa que ejecutaba entre suspiros para relatar con su
cuerpo encendido la más bella y jugosa fornicación.
Me levanté de la silla, con ella aún empalada en mi estaca, y empecé a
follármela en pie, sujetándola por las nalgas y con sus tobillos
colocados sobre mis hombros. Su coño mojado rezumaba texturas líquidas
y cada embestida era como tirarse de cabeza a una piscina.
Apoyando su espalda contra la pared para aligerar un poco el peso,
continué percutiendo entre sus piernas. Sediento de carne. Ávido de
infierno. Con ritmo acompasado pero sin descanso. Presionando con mi
pubis su clítoris y metiéndole al mismo tiempo un par de dedos en el
ano. Era magnífica. Toda una dama. Una folladora nata. Le encantaba el
sexo y disfrutaba como loca dándole de comer a todas horas a su conejo.
Acabamos retorciéndonos en el suelo. Entrelazados. Frenéticos.
Agonizando. Ardiendo. Buscando el clímax arrebatador del orgasmo hasta
encontrarlo. Sintiendo como nuestros cuerpos se fundían al contacto y
respirando, cada uno en la boca del otro, el oxígeno que necesitábamos.
Cuando la melodía de su teléfono nos hizo volver a un plano más
terrenal y ella fue a contestar, únicamente vestía un traje de esperma.
Su cuerpo se mostraba jocoso mientras hablaba. Su marido trabaja de
comercial y pasa muchos días fuera de casa. Se aman pero a ella le
encanta saborear el placer de la infidelidad y aprovecha para follar
con otros hombres siempre que puede. Yo soy uno más de la lista. Una
explosión de alegría. Un aprendiz de poeta que tienta a la suerte
cuando ella está sola y gusta de mi bragueta.